De pie como los pájaros azules de las
fuentes; alta igual que los sauces trepados al viento de la tarde, mas
allá de la costa, adentro de la húmeda garganta del océano repartido en los
puertos frecuentes de los mares. Allí, en el hueco perfecto de la mano tejida
de corales estará tu perfume, la sílaba radiante de tu cuerpo en cenizas yacerá
como un trébol marítimo en el fondo.
Tal vez alguna larga raíz de tu pelo en
penumbras, se escape por la escama dorada de los peces y encalle en la arena
caliente de la playa. Porque así son los viajeros que nunca se despiden. Van
más atrás del tiempo, más adelante, trepados en un andamio que el viento
reconoce y que algunos poetas inventan en palabras. Serás una sirena besada por
la espuma, acariciada por el sol del poniente, ese que se encharca en el mar
casi quieto, detrás del horizonte de los Hombres.
Algunos mapas dicen, cuando uno les
pregunta, que en cada eternidad se esconde una frontera, que más allá del
tiempo hay otro municipio donde descansan sólo los ángeles del alma, y acumulan
pasiones y caricias y abrazos para desalentar a los entristecidos, a
los solos de sueños, a los desalentados.
Cuando caiga la lluvia sobre la espalda
verde de todos los jardines; cuando el rocío estrene la saliva caliente entre
los pastos y el sol se empeñe en secarse la frente, nacerás otra vez,
magnífica, sonriente, como nacen los sueños de los enamorados cuando no tienen
miedo. Y empezarás de nuevo, libre como los peces, desnuda y transparente como
las esperanzas.