Mi barrio y yo.
Arde América. Los patíbulos enhiestos en cada esquina del
continente, armados con las biblias apócrifas y los huesos de los leprosarios, encienden una sinfonía multicolor de sangre joven. Mientras
tanto, el viejo continente se sacude entre gritos proféticos de holocaustos
venideros y en los desfiles se avizoran banderas piratas robadas de los museos
coloniales.
La naturaleza, en
tanto, promete horrores de maremotos y sequías mas allá de los deshielos
polares y la polución imperdonable de los asesinos silenciosos.
Aquí, a nuestro lado, un niño padece malaria, se muere por
la hambruna o infectado por las pústulas de la mugre. Y un anciano llora.
Sin embargo, el
pequeño rectángulo de mi pueblo parece sólo conmoverse por el andar cansino de
mi perro que no llega tan lejos para dejar sus heces, o por la brizna de pasto
de mi jardín que el viento arrebola por el aire y reparte tenazmente en las
otras veredas o por el ruido de mi puerta
cuando la abro, amorosamente, para darle cabida a alguien más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario