lunes, 24 de julio de 2023

 


Mi barrio y yo.

 

Arde América. Los patíbulos enhiestos en cada esquina del continente, armados con las biblias apócrifas y los huesos de los leprosarios, encienden  una sinfonía multicolor de sangre joven. Mientras tanto, el viejo continente se sacude entre gritos proféticos de holocaustos venideros y en los desfiles se avizoran banderas piratas robadas de los museos coloniales.

 La naturaleza, en tanto, promete horrores de maremotos y sequías mas allá de los deshielos polares y la polución imperdonable de los asesinos silenciosos.

Aquí, a nuestro lado, un niño padece malaria, se muere por la hambruna o infectado por las pústulas de la mugre. Y un anciano llora.

Sin embargo,  el pequeño rectángulo de mi pueblo parece sólo conmoverse por el andar cansino de mi perro que no llega tan lejos para dejar sus heces, o por la brizna de pasto de mi jardín que el viento arrebola por el aire y reparte tenazmente en las otras veredas o por el ruido de mi puerta  cuando la abro, amorosamente, para darle cabida a alguien más.

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