miércoles, 14 de febrero de 2024

 

                                                              La despedida del Laurel

                                                                                                                   En memoria de Marco Denevi

      

   Yo, laurel de ese jardín que te rozó la frente cuando niño y disciplinó tus rebeldías de café con leche; yo, crecido entre los helechos y las begonias, dejándome estar como un chico sin permiso, entretenido en reinar entre la sombra y las ciruelas, llego hasta tu almohada para traerte el aroma de mis dedos verdes y acariciarte el reposo.

   Sé que jamás habrá un día en donde no seamos cómplices, como en los tiempos en que el horizonte era una pregunta, y la noche, apenas una luna que se quedaba afuera de mi copa, ese tiempo de mañanas largas donde nos acariciábamos en silencio, vos y yo, haciéndonos promesas; y mientras tus dedos recorrían la corteza rugosa de mi cuerpo de árbol, yo me entretenía en enredarme en el perfume fresco de tu pelo.

   Hubieron días, sin embargo, en que permanecimos lejos. Fueron aquellas ceremonias de noches en que intentabas encontrarme en alguna otra vereda, y fue esa tozuda manera de quedarme quieto en mi única tierra, las que hicieron crecer la soledad y entretejer ese recuerdo pegado a la nostalgia que nos acostumbró a no tenernos, a quedarnos detenidos en ese otro tiempo que sólo se guarda en los álbumes de fotos amarillas.

   ¿Cómo fue que no tuvimos en cuenta que un Hombre va mucho más allá de sus pasos y que un árbol ocupa también el territorio de los pájaros?

   Por eso es que regreso a encontrarnos en esa esquina en donde el viento me arrebató el perfume y se lo llevó en los hombros, cargándolo como a un niño pequeño, o en aquella estación donde te detuviste a mirar viajeros. Regreso a encontrarnos, ahora que los dos sabemos que nuestro paisaje es ese jardín que verdea en el alma, donde los pasos de un chico soñador vuelven a ser tus pasos, y el verde perfumado de mi vestido, el único talismán para desbaratar los maleficios.

 

                                                                                                                    Inés Tropea

 

domingo, 29 de octubre de 2023

 

ANTES DE LA GUERRA

 

   Quiero darte mi saludo hoy, ahora, porque tal vez mañana sea tarde…

   No sé cómo será mañana, cuando el cielo se estremezca como un pañuelo ensangrentado y las águilas negras sucumban ante un puñado de monedas.

   No sé cómo será mañana, cuando en otro lugar, al lado mío, el abrazo sea un manojo de manos chamuscadas, de ojos que no volverán a mirar nunca, de corazones carroñados por los buitres.

   No sé cómo será mañana, cuando en el vasto mapa del continente del mundo, una provincia sea arrasada como papel quemado en el nombre de dios; no sé cuándo cesará de arder, en qué otra latitud volverán ceniza el trigo, morderán el agua hasta convertirla en sangre o aplastarán las catedrales para construir los sepulcros.

   No sé cómo será mi mañana ni el tuyo. Porque aunque los pájaros sigan cantando en las retamas y las hormigas permanezcan pertinaces en los helechos hasta desaparecerlos, sé que no habrá cielo que alcance para disimular el holocausto; sé que el olor a MUERTE  se nos quedará metido en las narices mezclado con el de los jazmines, y que ya nunca sabremos cómo huelen los jazmines.

   Por eso quiero darte mi saludo hoy, que todavía queda tiempo para los saludos, antes de trajinar en las trincheras, antes de que los gritos sobrevivan a los cantos y la esperanza agonice como una mariposa en el invierno.

   Te saludo Hoy, ahora, porque no sé si otro día seré esta que soy y tampoco sé quién serás mañana, cuando el mundo conozca lo que hace tanto tiempo sabemos de memoria y no supimos, no pudimos, no quisimos detener a tiempo.

INES TROPEA

lunes, 24 de julio de 2023

 

Itinerario

 

El horizonte se ha caído.

   Permanece

        esperando que me hunda en la línea

                 por debajo del cielo.

No hay sombra.

La sombra es mi estatura.

Aquí no me detengo.

   Parto a otras ciudades donde los domicilios

                     esperan que los abra.

Parto para quedarme sin paciencia.

   Quieta.

             como los sauces cuando el viento se cansa.

 


Mi barrio y yo.

 

Arde América. Los patíbulos enhiestos en cada esquina del continente, armados con las biblias apócrifas y los huesos de los leprosarios, encienden  una sinfonía multicolor de sangre joven. Mientras tanto, el viejo continente se sacude entre gritos proféticos de holocaustos venideros y en los desfiles se avizoran banderas piratas robadas de los museos coloniales.

 La naturaleza, en tanto, promete horrores de maremotos y sequías mas allá de los deshielos polares y la polución imperdonable de los asesinos silenciosos.

Aquí, a nuestro lado, un niño padece malaria, se muere por la hambruna o infectado por las pústulas de la mugre. Y un anciano llora.

Sin embargo,  el pequeño rectángulo de mi pueblo parece sólo conmoverse por el andar cansino de mi perro que no llega tan lejos para dejar sus heces, o por la brizna de pasto de mi jardín que el viento arrebola por el aire y reparte tenazmente en las otras veredas o por el ruido de mi puerta  cuando la abro, amorosamente, para darle cabida a alguien más.

miércoles, 4 de julio de 2018

Reflexiones.

En el puente del aire, la espuma de la sangre dejando va dejando una huella, ese rastro bordado en la misma cintura que los peces. Sólo queda, después, una porción de harina, domesticada por los dientes del molino, memoria de los panes en las mesas.

¿Adónde va la luz sin el espejo? El viento siempre sopla menos cuando le doy la espalda. Golpea como un hombre llamándome en el hombro. Pero pasa. No se detiene en mí, no se demora en prometerme nada.

A veces me pregunto de qué lado queda la historia cuando uno nace a medias, crecido entre las cruces de los muertos de nadie, esos que no tuvieron tiempo de escribir una página. Dónde quedará el ayer si no lo llevo escrito en la piel ni marcado en la frente como un beso de padre. Dónde están los asesinos, los que robaron nombres y fechas. ¿Qué perros les siguieron el rastro para desbaratarles la guarida?

Trago la última gota de vino que me queda, porque nadie viene detrás de mí, para invitarlo. Todos llegaron antes.

lunes, 13 de junio de 2016

PALABRA QUEBRADA



La palabra se ha quebrado
    en el vértice. Aleteó como una banderola
para batir el viento
allí
en el arrabal prostibulario de donde viene.
    Ella
       abisagrada por el medio
             mariposa patética agusanando el néctar
             pan cotidiano que me llevo a la boca
             mirada que va más lejos que el abrazo
             pisada en el lado de afuera del espejo.
Palabra irremediable
    ella
           puede pisar mi mano en el césped.
    Y construir mi nombre

            sólo para mi ausencia.

lunes, 23 de mayo de 2016

La Patria






En mi cuaderno la Patria era una bandera.
La cara de Belgrano  y la escarapela pintada
en el ángulo blanco de la página.
La Patria era el 25 de Mayo
el cabildo. La marcha a San Lorenzo.
A veces
la Patria era mi casa. Un domingo
de ravioles era La Patria.
Una rayuela en la calle.
Un Martín Pescador me dejará pasar.
Hoy
que me han crecido los ojos
hacia afuera
la Patria es la única emoción
que nunca pasó de grado. No aprendió las tablas
ni la ortografía.
 Se quedó detenida
en mi memoria
pintada en el ángulo blanco de la página.
Sólo para saber donde
encontrarla. 
 Ahora.





martes, 18 de agosto de 2015

Debut y despedida



Yo soy nube. Aquí debo decir que el Director me ha indicado que me deslice suavemente sobre el escenario, que sacuda los tules (con cara de sorpresa) como si el viento me meciera incandescentemente.
“-No sé qué truenos trajeron la tormenta”- debo decir con ese inevitable aire de distanciamiento que tienen las nubes.
En realidad nunca supe qué aires tienen las nubes. Más bien siempre me parecieron totalmente inocentes pero, ¡vaya uno a saber! Por lo pronto mejor no hago comentario alguno, no sea que mi carrera al estrellato termine decapitada por una carga de ironía suplementaria disparada por el Director.
-¿Así está bien?- le pregunto tímidamente.
-¡No!- me responde, tirándose hacia atrás la mata de cabellos que, generalmente, caen al “descuido” sobre su frente. -¡Otra vez tengo que repetirte lo mismo! ¡Con cara de nube dije, con cara de nube!
Así, no tengo más remedio de ensayar la cara de intelectual de izquierda de los setenta, que me salía tan bien… No se me ocurre qué otra cosa puedo hacer para tener cara de nube.
-¡Así está mejor! Me dice el Director, entrecerrando los ojos como quien mira lejos.-¡Ahora, flotá!
Yo le clavo los ojos a la altura de la garganta y estoy a punto de mandarlo al carajo pero me distancio un poco del ejercicio retórico y melodramático de telenovela venezolana que me caracteriza y le pregunto: -¿flotar?
-Y, sí. Caminá como caminan las nubes. ¡Usá tu imaginación! A ver… ¿cómo te parece que caminan las nubes?
A esta altura de los acontecimientos, ya me siento una nube, pero no por lo blanda, liviana y mullida, sino por lo inflada. ¿Este tipo me estará tomando el pelo? Pero no. Parece que no porque en el mismo momento en que pienso en esto hace un cuadrito con ambas manos, dos ángulos rectos entre pulgar e índice apoyados inversamente entre sí, y mira por adentro como quien enfoca con una cámara. Mejor lo intento, me digo: Arrastrar los pies y acompasar con el movimiento de la cadera tal vez sea lo mas parecido a flotar, es decir, caminar sin peso. ¿O debería andar dando saltitos por todo el escenario, sacudiendo los brazos como una mariposa? Y bueno, pruebo.
-¡No!- dice el vozarrón a mis espaldas, justo cuando con paso de ballet intentaba saltar hacia el proscenio. – ¡Parecés una delirante en medio de un happening! Más natural… Algo así como la muchacha sin maldad, sin vanidad que lo único que desea en la vida es la fraternidad entre los hombres.
Lo intentaré de nuevo, me digo. Intentaré canalizar y filtrar las pasiones y caminaré despacio, con el paso entrecortado como el de las novias cuando avanzan hacia el altar, ese paso que va pero que se arrepiente. La cara de los setenta, el paso de novia, pero ¿y las manos? ¿Qué hago con las manos? Ya sé, las revoloteo como si estuviera espantando moscas en la selva africana. A ver si me sale…
-¡No!- escucho la voz que esta vez viene del costado derecho, justo ese con el que doy el peor perfil. -¡Así no vamos a ninguna parte! ¡Tenés que pensar como una nube!
Yo me detengo. Vuelvo atrás sobre mis pasos. Trato de pensar antes de decirle: -¡No puedo! ¿No habrá otro papel mas fácil, qué se yo, algo mas concreto porque ¡una nube! ¿A quién se le ocurre una nube?
-¡A mí se me ocurre- grita desde el bafle de la izquierda. -¡A mí se me ocurre!- vuelve a gritar como si creyera que nadie lo ha oído. -¡Aquí se hace lo que a mí se me ocurre! ¡Yo soy el Director! ¿Sos nube o no sos nube!
Yo lo miro a los ojos. Estoy en duda entre si le contesto o no. ¡Qué se yo! Por ahí la vanidad me agarró por el lado del escenario y me da un poco de pena abandonar este lugar en donde debería estar haciendo el papel de nube para recibir algún día la aprobación del aplauso, porque nube…Nube… por ahí si me hubiese dicho rayo o trueno… Y me animo: -Escúcheme Director ¿a usted no le parecería otro papelito… no sé, relámpago o lluvia sin ir más lejos?…¿Pero nube? ¡Qué papel más intrascendente! ¡Seguro que después viene el viento y chau, debut y despedida! O si le parece mejor, digo yo, tal un granizo o una nevisca… Yo no digo un tornado, pero ¡una nube!
-¡En mi obra hay lugar para una nube. O nube o nada!- me grita como si yo fuera una…¡nube! ¡Claro, por eso el tipo quiere que haga de nube!
¡No soy nada una nube!-le contesto. -¡Usted es un maleducado! ¡A quién se le ocurre interpretar a una nube! ¡A ver, anímese! ¡Déle ya que es el Director! ¡A ver cómo hace de nube!
El tipo respiró hondo. Yo no sabía si era para descargar sus bravuconadas con más fuerza sobre mí… Pero, ¿qué está haciendo este tipo? ¡Flota! ¡El tipo flota! La cara se le puso blanca como enharinada, los contornos se le borronearon de golpe y empezó a hacerse etéreo y algodonoso. Se remontó a cuarenta centímetros del piso y, desde allí arriba, entremezclado con el humo de los cigarrillos y el vapor de la humedad, gritó:
-¡ Con usted es imposible hacer nada! ¡Está despedida!

Yo me quedé mirándolo sin decir ni una palabra. Me había puesto el saco azul que siempre usaba en otoño cuando tenía frío. Ese frío que las nubes llevan por dentro, escondido en el pedacito de lluvia que no siempre da lugar al sol.
Afuera, el mediodía se sacudía en las plazas a la hora exacta en que los árboles no tiene sombra.

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