lunes, 20 de julio de 2015

Queridos amigos


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Queridos amigos:
                               
                            Hace tiempo que el silencio se acomodó en mi agenda mordiendo otra provincia y dejó  las palabras apiladas en el margen derecho de la página. El tiempo se puso blanco, como si envejeciera, de tanto conjugar el mañana en tercera persona, o el pasado en segunda; y ese exceso de pronombres y verbos potenciales están siempre atravesándose en el camino de mi cuerpo para  nunca establecerse en la región más próxima del ahora, del yo.

   Hubo días, sin embargo, en que el horizonte no quedaba tan cerca. Se iba más allá de los vientos, acostado en la línea meridiana de la brújula. Ahora, sólo resta estirar la mano para tocar un siglo. Es que el tiempo se ha tornado mediático y en cada vuelta de página, calendario por medio, siempre se avecina una imagen, un ademán, un gesto.
   Otro fue el tiempo de pensar Mañana. Ahora, lo inmediato, lo próximo, convierte lo mágico en materia, en cuenta regresiva –regresiva- que nos acerca no ya al final sino al principio.

   Mientras tanto, mis viejas palabras agonizan igual que pájaros heridos en la mitad del hambre, partidas en un manotazo de viento cualquiera. Así, ocasionan la ausencia, con la voz saliéndose y la esperanza en el mapa del cielo que no me pertenece.
   Pero cuando escribo, cuando me prometo un ovillo azul desmadejado sobre la sábana de papel, es mi cuerpo el que se despereza, desovillándose. Rostro de voz, nombre de suburbio ronco con rumores de calles arrabales, versos perros como evangelios bastardos y penúltimos holocaustos de entrecasa.

   Fatalmente, la palabra me destina un lugar en el tiempo. Siempre, para mí, existirá ese dramatismo, esa tensión en el decir; ese barajar la palabra en el mazo y elegir un adverbio.  Mi voz no puede caminar sin vértigo y por eso se aferra a esa especie de patetismo, recorriendo los extremos del hilo tensado sobre el abismo del silencio, con la única certeza de la caída.

   Mi palabra es apenas una diminuta esquirla de piel en el armisticio del día de mañana, la seña de un cuerpo desnudo en el vértigo de la página, una caída horizontal, perdiéndose. Perdiéndose. 

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