Desayunó el álamo en la mesa del día. Los horneros mordieron las migas de los panes, y la flor de una espiga se esponjó en mi pocillo.
Tres o cuatro gorriones corrieron esa sombra del trébol que juega a la rayuela en el charco del césped.
Subió el durazno al lomo de mi gato, y le acostó la piel entre las patas.
Sucedió una nube en medio de mi ventana.
Cada quien saludó la distancia hasta el mantel del día. Hasta tu risa, que dejaste pegada al bolsillo de tu camisa vieja.