domingo, 26 de septiembre de 2010

El Jardín

El jardín se mueve como una enagua verde, y el abrazo precipitado del rocío bosteza recostado en el trébol con la soberbia de la inocencia.
Ese aire gris moviéndose, sacudiendo las manos enguantadas de los helechos, sorprendiendo el espasmo anaranjado de las caléndulas.
Aire moviendo el verde. El asombro de un pájaro asistido por el dedo del viento borda de penínsulas la capa blanca de las nubes y se detiene en el ojal azul de los rosales. Cuerpo blando moviéndose, sosteniendo el aliento al borde de la calle. Verde moviendo el verde. Verde.

Esta desconocida


Esta desconocida
 a la que cada día le sostengo el alma numerosa,
le acomodo el cabello como si fuera propio
 y la visto para que se me parezca.
 Esta desconocida que lleva mi apellido,
que usa mi peine
y mi caligrafía,
 no tiene conmigo más que cuatro secretos. Y ninguna esperanza.

pájaro


¿Cómo abrazar tu cuerpo de acróbata imperioso; tu cuerpo acercando el perímetro blando, ese pequeño horizonte de escamas de viento, ese margen borroso de piel entre paréntesis? ¿Cómo buscarte el cuerpo, gorrión irremediable, ese cuerpo intangiblede único pasajero del vértigo del vuelo?
Sin embargo sucedes. ¿Qué circunstancia humana te quiebra por las alas, distancia masticada por los grillos, recintos recostándose en el silencio abierto de las plazas, buscando los secretos sabores de manzanas mordidas de a ráfagas de enero, siempre susurrando en el oído la razón de la magia, la distante cintura del día levantándose la enagua para invitar la piel y enredarse en la misma brisa, recorriendo el suburbio del pubis y la colina sur de la blanca fragancia.
¿Adonde vas, polen encendido, noche sacudiendo el penúltimo ocaso? ¿Dónde estás corazón de unicornio, si cuando te abrazo tu piel se abre en el aire como una circunstancia?
Nunca podré encontrate en ninguna respuesta porque vas por el mundo como despavorido, con toda la intemperie derrumbada en los dedos.
Acaso serás siempre un párrafo de sueños, una circunsferencia colgando del vacío, con los brazos abiertos como las catedrales. Tal vez en repentinas cuaresmas de deseo, llegue tu inconfesable abrazo ensimismado, tu ternura imperfecta de pájaro imsalvable, tu hombre desalojado.

El final del día


Cae la noche como un bostezo de la sombra.
Amanece la luna demorada en el último crepúsculo. El cielo espera el abrazo en el hombro del viento.
Se sacude el rocío en el pañuelo de los árboles. Empaña el césped la soledad de las terrazas y bailan como techos plateados en el círculo del mundo.
El espigón de la noche se alarga en el asfalto como un puente, hiriendo la sangre alquitranada, y se junta a lo lejos. Allá, el cemento se mezcla con la noche de barro y no se sabe nada. No se encuentra ninguna despedida sacudiendo pañuelos. Todos los astronautas se fueron a los bares y el agujero del tiempo dibuja inquilinatos en las paredes. Tacha ciudades grises y les pinta una estrella en medio de la frente, como pariendo un cielo que no tiene memoria.

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