lunes, 26 de marzo de 2012

Sin sitio.


Dónde coloco las palabras
si no hay espacio       ni aire,
si nacen y mueren sin que nadie
                          lo note,
si, quizá, aún nonatas,
ocupan demasiado lugar.
Me sobran, me desbordan,
me aplastan.
Tengo que acomodarlas
en algún sitio
que no sea el mio.

domingo, 25 de marzo de 2012

Mabel Cortese. Despedida


   
De pie como los pájaros azules de las fuentes; alta igual que los sauces trepados al viento de la tarde, mas allá de la costa, adentro de la húmeda garganta del océano repartido en los puertos frecuentes de los mares. Allí, en el hueco perfecto de la mano tejida de corales estará tu perfume, la sílaba radiante de tu cuerpo en cenizas yacerá como un trébol marítimo en el fondo.
   Tal vez alguna larga raíz de tu pelo en penumbras, se escape por la escama dorada de los peces y encalle en la arena caliente de la playa. Porque así son los viajeros que nunca se despiden. Van más atrás del tiempo, más adelante, trepados en un andamio que el viento reconoce y que algunos poetas inventan en palabras. Serás una sirena besada por la espuma, acariciada por el sol del poniente, ese que se encharca en el mar casi quieto, detrás del horizonte de los Hombres.

   Algunos mapas dicen, cuando uno les pregunta, que en cada eternidad se esconde una frontera, que más allá del tiempo hay otro municipio donde descansan sólo los ángeles del alma, y acumulan pasiones y caricias y abrazos para desalentar a los entristecidos, a los solos de sueños, a los desalentados.

   Cuando caiga la lluvia sobre la espalda verde de todos los jardines; cuando el rocío estrene la saliva caliente entre los pastos y el sol se empeñe en secarse la frente, nacerás otra vez, magnífica, sonriente, como nacen los sueños de los enamorados cuando no tienen miedo. Y empezarás de nuevo, libre como los peces, desnuda y transparente como las esperanzas.

lunes, 12 de marzo de 2012

Sueño



Hoy el sueño se partió 
                      a contramano.
Anda en una vigilia descalza
                                     casi humana.
Va despellejándose como una
                fruta
                    olvidada en el estante de los ojos.
No queda ni una pestaña
                                    Indemne,
ni una lágrima de cabotaje.
No queda sueño alguno colgando de las perchas.
Ni en el pasamanos de la escalera.
   Ni en el patio.

Papirolas


 La última paloma de papel manila se desprendió del marco de la ventana y salió volando hacia la cornisa del cuarto piso.
   Siempre habían ocurrido cosas semejantes: arañitas azules de papel celofán teñido con tinta Pelikan aparecían acomodadas en los rincones, enredadas en la tela, y uno nunca sabía si las había arrinconado el viento, pegoteándolas con las pelusas, o si se habían corporizado misteriosamente.
Me acuerdo de las mariposas de papel barrilete, aleteando con alitas frágiles de color celeste, sacudiéndose entre las toallas que se apilaban en el botiquín del baño.
   Cuando aparecieron las polillas de papel de calcar revoloteando por el dormitorio, encima de la colcha que mi abuela había tejido al crochet, me preocupé tanto que compré naftalina y la colgué en bolsitas atadas al elástico de la cama... Sí, vos me dirás que eran sólo de papel, pero mi abuela se había muerto hacía ya unos años y la colcha era el único legado que me quedaba de ella, así que no podía arriesgarme.
   La cosa se puso un poco más truculenta cuando empezaron a aparecer cucarachas de papel glacé sobre la mesa de la cocina o asomando por la rejilla del baño; empeoró con los murciélagos de papel afelpado que colgaban en los rincones del living, y los cuervos de cartulina... No, no siempre fue como una película de horror... ¿quién hubiera podido aguantarlo?... No, la cosa fue variada. Después fueron los papagayos multicolores, y por último, los loros... Esa etapa fue la peor. Estaban por todos lados: en el balcón, en la mesa, en el bidé. Todos verdes. Grandes y chicos, de papel apergaminado o monofort, pintados con témpera o anilina. Verdes. Todos verdes.
   Lo de los cascarudos fue más sencillo porque eran más chicos y vistosos también, de papel metalizado, el de los caramelos ¿viste?. La verdad es que los cascarudos me gustaban. Me acuerdo de que una mañana, cuando me levanté, el piso del dormitorio estaba plagado de cascarudos de todos colores... Y los pisaba y hacían cric cric, como los de verdad... ¡ qué locura!
  Y bueno, un poco antes de mudarnos, le agarró por las palomas. Blancas al principio. Te digo que era una solución porque por lo menos el papel era más fácil de conseguir. Yo juntaba papel de almacén, los sobres usados del correo, cajas de pizza... En fin, todo venía bien. ¡Hasta que empezó con el papel manila! Yo le dije que palomas amarillas no había visto nunca pero, ¿viste cómo era él?, siguió y siguió con el papel manila.
   Llenó de palomas amarillas los placares, el palier, el lavadero, y en el último tiempo, como no quedaba más lugar, se las regalaba a los chicos en la placita Almafuerte... Los chicos chochos, imaginate...
   Cuando nos mudamos, ocupaban más lugar los papeles que los muebles. Y te digo, yo dejé el departamento súper limpio: vacié los placares... hasta saqué el papel con el que forraba los cajones por las dudas que le hiciera falta... No sé cómo pudo haber pasado. Fijate qué disgusto, pobre señora, la que se mudó al departamento, digo. Una jubilada, sola, imaginate... Dicen los vecinos que se quejaba de escuchar ruidos en las paredes, en el techo, detrás de las puertas. Todos pensaban que estaba loca, hasta que pasó lo que pasó. Dicen que ayer abrió la ventana -era un tercer piso, ¿te dije?-, y se tiró. Sí, la vieron los vecinos. Y dicen que detrás de ella salió volando un montón de pájaros y bichos hacia todos lados y que, después de un rato, una paloma grande y amarilla se desprendió del marco de la ventana y se fue, aleteando, hasta la cornisa del cuarto piso.

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