jueves, 10 de marzo de 2011

Dónde

  
 ¿Cómo digo provincia, rincón del mundo donde el silencio no tiene otra frontera más cercana que la desesperanza?
   ¿Cuál registro de muertes acomoda ese nombre donde el espejo me pide documentos?
   ¿Cuándo pasé por mí y no me di cuenta? ¿Cuándo, en qué tiempo vine a buscar el equipaje sin avisarme?.
   ¿Dónde quedó aquella fisonomía de banderas y plazas, donde casi nunca estaba sola y donde no supe quedarme detenida?
   ¿Para qué hago la cuenta de los vacíos, los saltos en un pie, las circunstancias donde olvidé dejar mis datos?
   ¿Dónde no estuve ni estaré?
   Tal vez en ese sitio están las contraseñas, anotadas en rojo, igual que los feriados en los almanaques.
   Tal vez, ese sea el tiempo donde estoy esperándome.

Distancia

   Aquí va la distancia. Abre los brazos para acariciarnos por dentro, pronuncia una mirada que se parece al beso, distribuye los soles en todas las respuestas. Se desliza en tu paso siempre más adelante, más allá  del camino. Espera para ser en tu hombro, ese gesto de abrazo que dejé detenido.
   Tal vez no pueda nunca suceder en tu casa, bostezar el asombro de cara a la ventana o recoger los restos de la mesa tendida. Tal vez no alcance el tiempo para andar de puntillas. Pero en algún registro de barcos y de brújulas, crecerán nuestros cuerpos como playas heridas. Largos, desnudos, solos, procaces, encendidos.

Marco Denevi, una tarde.


   Martes de lluvia. Afuera, la inclemencia. Adentro, un martes de ventana, con el techo colgando ante los ojos y el ruido de las tazas marcando la equidistancia de la noche.
   A veces, los pasos se detienen en cualquier estación del corredor, y él no conoce la parada ni la cara que llevan esos pasos. Cree, presiente cuál será  la sonrisa que vendrá  eligiendo esta penumbra.
   Y el pequeño reparo de macetas, jardín empantanado dentro de una pecera, mesa servida para el único bocado que no cesa. Más acá, pasajeros de tardes venideras, provincias del abrazo que lo esperan armando el día para celebraciones.
   Él intuye, comprende. Mira con indulgencia, acaricia el aliento que le dejan a mano. Él sabe que la vida tiene sus contraseñas y adivina que el tiempo se quedó de su lado.
   Por eso cuando ríe baraja el calendario, piensa todas las chances, acomoda los naipes igual que los feriados, y se guarda en la manga el día de mañana

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