domingo, 10 de octubre de 2010

La conquista de América.


Agua. Archipiélago blando.
Las manos
         como ojos descascarando mapas
arrinconaron el borde del sol sobre la orilla.
Dejaron las paredes con el cielo al desnudo,
                      largo horizonte de piedra cultivado.
Se bebieron entera la matriz de las frutas.
Robaron la pintura en la piedra,
         la nomenclatura cívica del cielo
                 y el semen amarillo de la tierra.

  Una sola palabra –como dijo Neruda-
 trajeron los señores
                               además de la espada.
Y dijeron     
              esclavo
                             en todos los idiomas.

La verdad y la mentira de los refranes populares


  Cuando uno no sabe qué decir porque la realidad lo sorprendió con algún cuento del tío, alguna que otra injusticia, o una historia que ya  escuchó tantas veces que no entiende cómo puede repetirse con los mismos finales; cuando uno no sabe qué decir pero siente la necesidad de dar una opinión que suene infalible, digo, uno larga un refrán de esos que, desde nuestros abuelos hasta nuestros nietos, tienen la virtud de no agregar ni quitar nada, de no modificar en lo más mínimo la opinión de los otros, pero que resuenan como una verdad a gritos. Uno se los apropió en la infancia, cuando a los adultos les pasaba lo mismo que a nosotros ahora , y desde allí, han quedado registrados en nuestro imaginario colectivo, adquiriendo el prestigio de verdades indiscutibles.
       La realidad es que al paso de los tiempos que corren - posmodernidad de por medio- unos esconden las más pavorosas mentiras y otros, en cambio, encubren una resignación pasmosa.  Los más, son apenas una lectura irónica de la realidad,  y sólo los menos, expresan una verdad incuestionable.
   Para no irnos por las ramas, vamos al grano: Aquello de “ojo por ojo y diente por diente” ha sucumbido totalmente al desuso, sobre todo en las últimas décadas en que los avances en la medicina de implantes y la privatización de los servicios médicos ha generado tal magnitud de desigualdades que, en realidad, la cosa sería más o menos así: si las cosas se dan, quizá,  intercambiaré el ojo de mi enemigo (que seguramente tendrá  el dinero suficiente como para reemplazarlo por otro implantado y sin catarata) por mi diente cariado
   Ni qué hablar de “El que fue a Sevilla perdió su silla”, que ha caído en un total descrédito. Tal como van las cosas entre los funcionarios, no sólo no pierden su silla si se van a Sevilla o a Afganistán o a hacer una excursión por el Orinoco sino que, lo más probable, es que a su regreso la silla haya sido reemplazada por un sillón reclinable tapizado en cuero ecológico.
   Tal vez sea cierto eso de que “El zorro sabe por zorro pero más sabe por viejo”, siempre y cuando uno no se haya sometido a un lifting y haya sido corrompido por la bacteria de la desmemoria, tan común en estos parajes, por lo cual ya no sabe ni por zorro ni por viejo, y cada vez comete los mismos errores con la impunidad de los idiotas, y va por el mundo repitiéndose; - “No hay mal que por bien no venga”-.  -“No por mucho madrugar amanece más temprano”- se dice a sí mismo, cada día, hasta caer en el desánimo.
   Por ahí, aparece alguno que te dice, para levantarte el  ánimo: “Al que quiere celeste que le cueste”, y uno asiente, resignado, sin peguntarse quién fue el delincuente que quiso celeste y se le hizo.
  Entonces, empezamos a sentirnos solos. Y allí llega la revelación consoladora:  “El buey solo bien se lame”. Y sí, se lame, pero es más aburrido que chupar un clavo, y con lamerse, uno no resuelve ningún problema existencial, digo.
   -Quedate tranquilo- te dice un amigo –“el que ríe último ríe mejor”-. Y a uno, entonces, le dan ganas de que alguna vez le toque reírse primero, porque nadie tiene la vida comprada, y después de todo, sigue siendo un rebelde sin causa porque, como decía el abuelo “Al que nace barrigón es al ñudo que lo fajen”.
   Entonces aparece un entregado, de esos que nunca faltan, y te espeta: - Resignate, “más vale pájaro en mano que cien volando”-... ¡Y uno que no agarró ni siquiera una plumita del desparramo de la bandada!  Y el tipo que insiste: - “La esperanza es lo último que se pierde”, acordate, más vale tarde que nunca”.
   O por ahí, tenés la suerte de tener otro amigo, asesor de turno él -siempre uno tiene alguno- “agrandado como galleta en el agua”, ese que estrena “la corona de tuerto en el país de los ciegos” y diagnostica: - Mirá  pibe, los viejos eran sabios cuando decían “soldado que huye sirve para otra guerra”.
    Entonces, uno que se siente “más desorientado que perro en cancha de bochas” y no encuentra ni un atajo para escaparse de la podrida, tiene ganas de gritarle: - ¡“En casa de herrero cuchillo de palo”!- pero se calla, se calla por aquello de “mejor prevenir que curar”… Y uno nunca sabe..
.
   Pero de tanta retórica rescatada de las entrañas de los lugares comunes, supongamos para sobrevivir, que es verdad aquello de que “No hay mal que dure cien años”; aunque creamos que este siglo reciente nos abandonará achicharrándonos en un geriátrico, despotricando como energúmenos contra la injusticia; al pié de la tumba del Rey muerto, saludando con la venia al Rey puesto y diciéndonos, cada noche, mientras ponemos la dentadura postiza en el vaso con agua:  - "La esperanza es lo último que se pierde”-.  Hasta que entra la enfermera con la chata y  con cara de sargento nos  diga :     No joda más abuelo, que es tarde !.
   Y uno piensa: “¡ Nunca es tarde cuando la dicha es buena! ”,  ¡ joder!!!.

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