viernes, 5 de noviembre de 2010

El día de mañana.

   Dejo tendido el día de mañana como a un mantel sin comensales: Juego fresco de sábana sobre la mesa, mortaja del mediodía.
   Recuerdo que, alguna vez, alcé la copa y brindé por él.
   Después… después me enredé en la sombra de otra página; puse el poema entre líneas, encendí el candil del sobresalto y me bebí la copa en medio del entierro.

   Te saludo, tiempo que ha pasado, puerto al que nunca llegué, barco fantasma.   En tu nombre tantas veces abandoné mi nombre, que te debo una ausencia.



Fragmento de "Cuentos breves y extraordinarios" Bioy Casares y J.L.Borges


" El día del Juicio Final, Dios juzga a todos y a cada uno de los hombres.
   Cuando llega a Manuel Cruz, le dice:
- Hombre de poca fe. no creíste en mí. Por eso no entrarás al Paraíso.
- Oh Señor- contesta Cruz-, es verdad que mi fe no ha sido mucha. Nunca he creído en vos, pero siempre te he imaginado.
   Tras escucharlo, Dios responde:
- Bien, hijo mío, entrarás en el cielo; más no tendrás nunca la certeza de hallarte en él.

Silencio


 Amo el silencio, esa manera brusca que tiene el sonido de hacerse independiente, de cambiar el código.
    Durante un tiempo le creí los disfraces, la aristocracia con que cae sobre todas las cosas para concederles prestigio, el aire que parece quedarse detenido en la punta del mundo como un banderín de remate y esa mano fantasmal que detiene las maquinarias y amordaza a los pájaros, para quitarles el ala compartida.
   Pero el silencio es otro brazo del sonido, el abismo al pie de la montaña, la contraluz de la sombra, la pisada sosteniéndose en otro camino.
   Un día cualquiera supe que había un silencio cayendo desde un rincón taciturno.
   Adiviné el sigilo con que el ruido se apartaba de todo y cómo se quedaba allí, esperando, abandonando la escena para que el otro iniciara el parlamento.

viernes, 29 de octubre de 2010

Desando.



Desando.
Camino para saber dónde
   estoy.          Cuándo.
Me desapuro por si me estoy
      esperando.
Distraigo el abrazo
como si desatarme
           me arrimara a alejarme
Siempre tan necesaria
  como si no hiciese falta.

jueves, 28 de octubre de 2010

Entre Palabras


   Amaba las palabras, el ruido que hacen cuando un nombra las cosas con los nombres secretos, ahuecando la voz entre los labios, mordiendo el espejo del aire entre los dientes.
   Cada día, mientras gastaba viento para secar la ropa o tendía la frazada del agua sobre las baldosas del patio; mientras entraba o salía, iba diciendo "nodriza" o "lámpara"... Iba nombrando el aire hasta que, en algún sitio, la palabra encajaba perfectamente, como un guante.
   "Cántaro", murmuraba cuando florecían las dalias;  pan" le susurraba al plátano verde que sombreaba la casa; "guijarro", y cada manzana le hacía una reverencia.
   Llevaba un diario donde anotaba cada palabra nueva, redescubierta, y después la dejaba libre. Libre. Rodando entre los labios para encontrarle un techo, un lugar, un gusto y un perfume; desentrañar el código que cabría allí dentro y saber qué gesto escondido entre sílabas le señalaba el rastro, la voz verdadera.

   Iba así por la calle, canturreando siempre una misma palabra hasta encontrarle cara. Y luego sería otra y otra y otra...
   Amanecía "frontera", por ejemplo, y cruzaba la plaza; "frontera" hasta el mercado; "frontera" y se agachaba a recoger un diario que el viento arrinconaba en la esquina del puerto. "Frontera", repetía. Y sabía que sí, que lo había nombrado de una vez para siempre:  "Frontera".
   Sacaba la libreta de tapas azules y escribía:  Frontera: página de árbol que cruza por el viento con una voz de otros. Guardaba la libreta, doblaba el diario en cuatro y lo acomodaba debajo del brazo. "Frontera", volvía repitiendo alegre, alta, fresca, caminando con otra estatura. "Frontera".
   No volvía cansada aunque las caminatas terminaran en nada porque, a veces, le quedaban pendientes las palabras, perdidas, como sin dueño.
   Regresaba entonces con ellas en la boca, las dibujaba en los vidrios de la casa y las dejaba esperando hasta otro día, cualquier día, en que volvían a sonar con insistencia y ella salía a buscarles un puerto para amarrarlas como si fueran barcos, y anotarlas en su libreta.

   Esa tarde era "fresno”. "Fresno", "fresno". Caminó hasta la plaza, dio la vuelta al mercado. "Fresno", "fresno". Dobló hacia la estación, recorrió los andenes, "fresno", levantó boletos y volvió a dejarlos en el suelo, "fresno".
   Y de pronto lo vio, sentado en el andén, atándose un zapato.
 Fresno!- gritó.
    Él se puso de pié y se arregló el sobretodo raído. -"Laguna"- repuso con voz grave, y la miró a los ojos que ya se arremangaban como dos volcanes.
- "Frontera"- respondió ella.
   Él recogió el diario que quedaba en el suelo. La miró con la voz en la frente, y con la boca blanda  dijo: -" Almohada".
    Ella bajó los ojos, hasta desmoronarlos.
   - "Almohada"- repitió él, con la voz de cuaresma. Y ella tomó su mano.

   El corazón latía con la caligrafía de una cigarra. Ninguna "dársena", ni "buril", ni "centuria". Ningún sonido ajeno. Sólo el viento sonando en los andenes.
   -"Párrafo"- dijo ella, tímidamente.
   Él asintió en silencio y le puso el sobretodo sobre los hombros. –Claro, –respondió- "gaviota".
   Y se fueron los dos, abrazándose, ahogados como náufragos.
   Ella murmuró: -"Península"- con un hilo de voz.
   Y él contestó: -"Madera".

miércoles, 27 de octubre de 2010

Ese día te gano por K.O.

   Cuando te miro a los ojos y me rehuís la mirada como si te doliera verme, yo entiendo enseguida. No hace ninguna falta que me digas que ahora no, que mañana, que hoy tenés un montón de trabajo atrasado… No me hace falta que busques el atado de cigarrillos y enciendas uno, apurado, y arrojes el encendedor sobre la mesa de la cocina; ni que busques polvillo inexistente sobre la rodilla de tus pantalones o te dobles los puños de la camisa con un detalle sorprendente, buscando la exactitud en el ancho de cada doblez. No me hace falta tampoco que intentes convencerme de que te aprieta la corbata y empieces el ritual de aflojar el nudo, desabotonar el cuello y deslizar suavemente los lazos de seda hasta desatarla.
     ¿Cómo te lo digo?… No me hace falta nada para entender ¿sabés? Hace un montón de tiempo que te sé en los silencios, en las ceremonias de ademanes en los que reincidís cada vez que te miro a los ojos… Si supieras que entiendo cada cosa que no decís casi mejor que si la estuvieras diciendo. 
    La otra noche, por ejemplo, cuando sonó el teléfono, yo sabía que ibas a hacerte el desentendido, que ibas a quedarte sentado en el sillón del living como si no te preocupara nada que yo atendiera y que una vocecita joven, muy joven, preguntara -¿Está Jorge?- Y que yo respondiera: -¿Con qué número quiere hablar?- Y vos, hojeando el diario distraídamente me decís: -¿Es para mí?- Y yo que digo: -No, era equivocado-. Y vos, comentando: -Las líneas andan para el demonio-.
   Y yo que no te digo nada porque este juego lo empezaste vos; a mentir y a callar empezaste vos. Yo te lo sigo en el callar. A mentir no juego porque siempre pierdo y además no hace falta porque no me preguntás nada. Pero a callar sí que te juego. Y te gano. Porque vos no me conocés y tampoco me adivinás. Vos no tenés ni idea de lo que te digo cuando te miro a los ojos y me quedo callada…

   Y cualquier día de estos, cuando me canse, cuando no tenga más ganas de seguirte el jueguito, te voy a contar toda la verdad. Y ese día sí que te gano la partida. Por K.O. te gano. Te lo juro.

martes, 26 de octubre de 2010

Los Hijos de la Basura

  

   La basura no siempre está embolsada en las esquinas de los barrios o cargada en los carritos de los cartoneros, apilada sin orden en los baldíos o pudriéndose en las quemas de las afueras. La basura anda de traje, saluda a periodistas desde los noticieros, se codea en las altas esferas con basura.
   Basura en los papeles de los juicios comprados; basura en los acuerdos entre puertas cerradas. Sí, basura. Vivimos en la propia basura, sobreviviendo por milagro o asfixiándonos adentro de la impecable bolsita de nylon del sistema, bien atadita para que no entre aire.
   Somos los hijos de la basura: Prolijitos, superficiales, violentos, sanguinarios ,seguimos consumiendo basura porque nos han enseñado bien, porque desde hace muchos años que comemos lo mismo.
  Basura y más basura atragantándonos cada día, cada hora, cada minuto: VIolencia, drogas, injusticia, miseria, pornografía, barras bravas, delincuencia. Basura y más basura.
   De la pila de mugre en la que estamos puestos, alguien, de vez en cuando, retira un pedacito y escribe titulares en todos los diarios, para que nadie olvide nuestra herencia de barro, el pequeño incidente de vernos inmundicia para que nos convenzamos de que todo está perdido.
   Pero, lo que no saben aquellos poderosos que hacen de la basura nuestro alimento diario es que, en la basura, florecen girasoles, y dan la vuelta siempre para mirar el cielo y buscar el calor del sol que los enciende, para parir semillas con un destino propio.
 Y serán girasoles a pesar de la mugre. ¡Y serán girasoles!
 

Ellos y Nosotros


   Sigo Haciendo mentalmente Las Cuentas pecado Salir del Asombro.
   Delante de mí heno Una Hilera de personajes changos en contra, Esperando el turno párrafo Pagar la Mercadería. Puedo ver en SUS caras La Misma angustia Que adivino en la mía.
 - ¿Adonde Vamos a Parar? Escucho Las Voces de Los Que me rodean consultando un Otro de las Naciones Unidas, Propietario de la Misma Ignorancia.
- ¡HACER Algo Que Tienen! Por Esto ¡no va más!
    Me detengo y Trato de entendre. Repito: ¿Adonde Vamos? ¡Tienen Algo Que HACER!  Nosotros y ELLOS. La Sutil Diferencia Que se situa en EL MEDIO exacto de la Identidad; Lo Que DISTANCIA de Los Espectadores de los Protagonistas.
   Una Joven señora Con dos nenes Que se trépano en el carrito discutiendo Viene Con El señor Que la acompaña  empuñando Una Calculadora. Uno de Lo nenes està hundiendo El dedito en la tapita del yogur. - ¡Nene, no rompas la Cosas Que caras estan - le espeta, y Ahí nomás le Coscorrón sacude las Naciones Unidas en la Cabeza (Nosotros).
   Frente a Las Góndolas de las latas, heno dos o el tres señoras en Estado admirativo. Ninguna estira la mano. Ninguna sí va.
   Miró detenidamente SUS changos: fideos, harina Azúcar, polenta ... Veo, miro y adivino: ¡ELLOS!
   Vuelvo a una Mirar Las señoras. Una cara le està diciendo En El Oído un algoritmo La Otra, de Con Disgusto ...: (Nosotros)
   En Una caja Cercana al estilo mía, la Cajera reprende la ONU  señor Que No Respeto la cola. (Nosotros). El señor PIDE disculpas y sí acomoda al final, Detrás de Una chica de pantalones ajustados, y No Hace Falta servicios suspicaz párrafo Darse Cuenta de Que se Siente recompensado Con El Cambio (Nosotros).
   El turno de la caja me Espera. Me aterra El Ruido de la registradora PORQUE LA Escucho masticar, tragar El Precio de mis necesidades, y No Tengo ni idea de la Menor de Lo Que me reclamará la tira de Papel.
   Hijo CINCUENTA Con cientoveintisiete. ¡Ufff! Alcanza mí.
   Con Una Mezcla de Alivio y Decepción, guardo en la bolsa Las Tres o cuatro Cosas Que Compre. Y Pago. (Nosotros)
   Voy Saliendo del supermercado y Siento Tantas ganas de PONER EN Algún Lado La Bronca, de agarrármelas Alguien en contra, de encontrar un algúno de ELLOS por ahi párrafo cantarles cuatro frescas y .... 'entonces' Descubro Que No Sé Bien hijo Quienes ELLOS, Un Lo Mejor Que los cruzo de Todos los Días en la calle o los veo en la TV y no los reconozco; Que No Sé de como encontrarlos ni de como van vestidos. Pero los intuyo en mi bolsa de Compras: En El Paquete de la harina, en El Azucar. ELLOS Entran Disfrazados un Alacena mi. Son los dueños de los mi Hambre.

Cartas que van y que vienen.

  
Siempre van... hace días que el cartero pasa por la puerta y no me mira, no saluda mi inocencia de destinatario con ese pedacito blanco de ventana que casi siempre se disfraza de papel ensobrado.
    ¿Por qué el cartero pasa de largo, digo yo, si en la puerta blindada de mis sueños un portero de frac y de levita espera con la mano enguantada para saludarlo, para decirle gracias.
   ¿Por qué las cartas sólo van, digo yo, si detrás de la almohada tengo cincuenta razones esperando?  Abajo de la alfombra, en el cajón izquierdo de mi mesa de luz, en la última página de la agenda, en el bolsillo del tapado marrón colgado en el ropero esperan cuatrocientas respuestas para esa carta que no llega, para esa esquiva vereda de papel
y de tinta que no se detiene en el umbral de mi casa, que siempre se disfraza  y se acuesta en el buzón de la vecina, esa desconsolada que dice que está  sola y no adivina que alguien, más allá  de su mano, más cerca que ella misma, la recuerda.
   ¿Por qué? Te pregunto por qué a vos, que siempre estás leyendo cartas que van y que vienen, esas blancas miserias, esos pánicos, esos asombros y  corazones  vestidos de papel, igual que las manzanas que vienen del mercado acomodadas en los cajones y envueltas en pañoletas de papel violeta, hasta que alguien las desviste y les revienta el corazón verde de una mordida.
    No me contestás…¿Ves que no me decís nada, que me dejás de nuevo con la pregunta recién estrenadita y no me das el vuelto, igual que los carteros que pasan por   mi casa?    No me contestás igual que ellos, que se callan y ponen cara de no conocerme cuando los corro más allá  de la esquina para preguntarles por qué no me traen ninguna carta, por qué se empeñan en mezquinarme ese pedacito de papel que, yo sé, dice tu nombre y tu apellido; esa página blanca donde  está  escrito tu paradero, porque yo sé que en algún lado existís, en algún tiempo estás esperando la respuesta a esa carta que tal vez no me escribiste nunca pero que me corresponde, porque me lo prometiste en una de esas tardes en que las promesas se podían tocar como manzanas y uno podía desvestirlas y comerles el corazón verde, que estaba escondido detrás de la pañoleta de papel violeta.

Inventario de Ausencias Para Silvia T.


 


   Ahora Que No Estás, El Silencio trepa El Derrotero de la Luz y sí mete en Todos los rincones párrafo Arrancar pelusas; Ahora TIENE EL cartel de El Oeste deshabitado, vacante Como un inquilinato en ruinas, Con Las Perchas desnudas Reclamando, al Menos, la Multiplicacion de mis camisas, Excusas párrafo sanforizadas no Sentir Que estan abandonadas Absolutamente.
   Es Verdad Y Que El espejo EL BOTIQUIN Del Baño estan repartidos Entre millas DISTANCIA y mi mismidad, algoritmos ASI COMO la discrepancia Doméstica y servicios de empresarios sin servicios, aunque A Veces supongo Que sin Resto de tu imagen-algo ASI COMO Una ráfaga Pendiente de Alguna Secuencia Que No Se Pasó en limpio-pasa ELLOS Libros y sí detiene colgada en la hendidura, apenas Instante de la ONU.
   Las Sillas y mesas apenas Las Contraseñas hijo. Al Menos estan Siempre DESDE solas, los Hijos DESDE Que No Nos visitaron Hasta El Amigo Que quedo en Carpeta. No irrumpen, cuerpean la Ausencia de como convidados de piedra. No llevan tu seña ni tampoco la mía. Son apenas silenciosos penitentes de Rastros de Cuerpos Que se Esperan, de manteles inmemoriales COMO CELEBRACIONES.
   Las Ventanas hijo Mías Mías were y Siempre. Ninguna Otra mirada tuvo El coraje de inventarles sin cielo de Otro Continente, ni morder El Intervalo En El Ladrido de perro del vecindario de las Naciones Unidas.  
   Las Ventanas Solo a mi me Han Desamparado. Croquis Calendarios de irrestrictos, Más Ninguna Otra Que Yo Misma consultó en Ellas El oráculo Navegante de la melancolía.
   Jardín Tampoco el, acomodado en El Verde de como mojado Papel de las Naciones Unidas, Recuerda te. No TIENE de vos ni Siquiera El Desorden del trébol, Ni Una Sospecha de jazmines, Ni Una pisada despavorida arrinconada al helecho Que Hayas Olvidado de llevarte Puesta.
    Pero la cama, blanda ESA Pradera, El Territorio algodonoso párrafo arreciar los Cuerpos, Ay, Que No Estás Ahora, TIENE El Oriente Con Marcadas TUS Señas. Cada noche, Cuando El Cansancio me invaden Para Siempre y sumerjo mi Cuerpo de gaviota párrafo volar El Mar horizontal de la vigilia; CUANDO ocupo de Este Oeste, una franja de la ESA Sueño Que Me Toca; CUANDO acostada en Medio de la cama Intento El Equilibrio mágico de la Inocencia párrafo agenciarme Todo El Universo de cobijas, el peso de El Que Quedo Pendiente Levanta Tu Cuerpo Una frontera en El Centro del Lecho y me empuja HACIA mi site, cielo HACIA MEDIO Naciones Unidas, Hacia el occidente de almohada irremediable. 
   Como si siguieras estando ahi, tu Presencia invisible me Sigue robando La Mitad de la ESA comarca de sueños, en dónde son los cantantes Siempre Estuve sola.

El Grillo


    
   Plegado como papel crocante en el rincón del patio, el grillo mastica pedazos de la noche de vidrio, tritura pirámides de escamas que el pez noctambulario escondió en la dársena negra de los álamos. Nadie mejor que él reconoce la pisada de la sombra cuando se acerca, con la capa sobre los hombros de mujer. Sí. De mujer. Sólo una hembra puede parir la escarcha crepuscular y acostarla sobre los pastos con esa ternura de sudor y jadeo.
   Sólo una hembra puede caminar por el borde abismal de la noche sabiendo la distancia entre el fracaso y el sueño, para desmoronarse en el preciso momento en que se derrumba el rocío. Nadie pisa el sendero del día con la misma elegancia, ni elige la pollera para danzar el aire con tanta desnudez entre las piernas; ni nunca podrá nadie nacer para morir entre los dientes del día, con ese talento de suicida. Sólo ella, hembra sin hombre, puede copular la luz hasta vencerla, y traficar alquimias de embustera con los fantasmas.
   El grillo conoce la pisada y el olor, el crujir de su enagua y el aleteo frágil del latido que empieza por los árboles hasta que, lentamente, va cayendo entera como una mancha húmeda sobre todas las cosas; con esa melodía repetida y trágica que el grillo mastica, una y otra vez, escondido en la dársena negra del patio. Allí donde ella desembarca, cada noche, después de hacer añicos la brújula del aire.

lunes, 25 de octubre de 2010

Inventario de Ausencias Para Silvia T.


   Ahora que no estás, el silencio trepa el derrotero de la luz y se mete en todos los rincones para arrancar pelusas; ahora el placard tiene el oeste deshabitado, vacante como un inquilinato en ruinas, con las perchas desnudas reclamando, al menos, la multiplicación de mis camisas, excusas sanforizadas para no sentir que están absolutamente abandonadas.
   Es verdad que el espejo y el botiquín del baño están repartidos entre mi mismidad y mi distancia, algo así como la discrepancia doméstica entre ser y no ser, aunque a veces supongo que un resto de tu imagen -algo así como una ráfaga pendiente de alguna secuencia que no se pasó en limpio- pasa por ellos y se detiene colgada en la hendidura, apenas un instante.
   Las sillas y las mesas apenas son contraseñas. Al menos están solas desde siempre, desde los hijos que no nos visitaron hasta el amigo que quedó en carpeta. No irrumpen, cuerpean la ausencia como convidados de piedra. No llevan tu seña ni tampoco la mía. Son apenas penitentes silenciosos de rastros de cuerpos que se esperan, de manteles inmemoriales como celebraciones.
   Las ventanas son mías y siempre fueron mías. Ninguna otra mirada tuvo el coraje de inventarles un cielo de otro continente, ni morder el intervalo en el ladrido de un perro del vecindario.  
   Las ventanas sólo a mí me han desamparado. Croquis de calendarios irrestrictos, ninguna otra más que yo misma consultó en ellas el oráculo navegante de la melancolía.
   Tampoco el jardín, acomodado en el verde como un papel mojado, te recuerda. No tiene de vos ni siquiera el desorden del trébol, ni una sospecha de jazmines, ni una pisada despavorida arrinconada al helecho que hayas olvidado de llevarte puesta.
    Pero la cama, esa pradera blanda, el algodonoso territorio para arreciar los cuerpos, Ay, ahora que no estás, tiene el oriente con tus señas marcadas. Cada noche, cuando el cansancio me invade para siempre y sumerjo mi cuerpo de gaviota para volar el mar horizontal de la vigilia; cuando ocupo de este a oeste esa franja de sueño que me toca; cuando acostada en medio de la cama intento el equilibrio mágico de la inocencia para agenciarme todo el universo de cobijas, el peso que quedó de tu cuerpo pendiente levanta una frontera en el centro del lecho y me empuja hacia mi sitio, hacia un medio cielo, hacia el occidente de almohada irremediable. 
   Como si siguieras estando ahí, tu invisible presencia me sigue robando la mitad de esa comarca de sueños, en donde siempre estuve sola.

jueves, 21 de octubre de 2010

Distancia



Aquí va la distancia. Abre los brazos para acariciarnos por adentro, pronuncia una mirada que se parece al beso, distribuye los soles en todas las respuestas. Se desliza en tu paso siempre más adelante, más allá  del camino. Espera para ser en tu hombro, ese gesto de abrazo que dejé detenido.
   Tal vez no pueda nunca suceder en tu casa, bostezar el asombro de cara a la ventana o recoger los restos de la mesa tendida. Tal vez no alcance el tiempo para andar de puntillas. Pero en algún registro de barcos y de brújulas, crecerán nuestros cuerpos como playas heridas. Largos, desnudos, solos, procaces, encendidos.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Poema para Manuel


Al lado del baldío, la calle era una larga cintura de asfalto,
una herida de grises en el verde.
Manuel tenía diez años y el mundo por delante para llevarlo al hombro,
pataleando la suerte como sus seis hermanos.
Cada tarde de Junio, ese mes de provincia en que todos los tilos se emperifollan ocres,
los autos ordenados al borde de la acera
eran puertas propinas que se abrían  de gauchada,
eran vidrios para limpiar de nuevo aunque estuvieran limpios,
 eran otra chance para el invierno frío,
para las zapatillas que estrenaba en la escuela cuando en el 25 el patio
 era una página de guardapolvos blancos.
Manuel no tenía prisa. Por delante del tiempo siempre había otra chance.
 Cuando había pocos autos, barría el tallercito de Juan, el verdulero,
que siempre le dejaba unas cuantas monedas
 y un sanguche de queso encima de la mesa.
Si no, cada domingo, vendía pastelitos de dulce en la cancha,
pastelitos calientes que cocinaba Aurora con tres o cuatro pesos
que ahorraba en la semana.
 Manuel era la risa mojándole la cara, las manitos paspadas por el agua y el viento,
Y  la nariz roja de dormir al sereno.

Ese día de Junio que empezó de costado, que se vino de espaldas como los asesinos,
fue una madrugada saliendo de la casa y el asfalto mojado por la tormenta larga
 y el sueño empezando a salir por las manos...
 Y así, medio dormido, a las seis de la muerte, Manuel cruzó la calle
 para ir al mercado a buscar las cajitas de dulce de membrillo
para los pastelitos del domingo en la tarde.
- Mirá  bien cuando cruces- le sentenció la madre que colaba en el jarro
 la yerba de mañana.
Si, má - dijo Manuel. Y salió al entrevero de cada madrugada para los pobres, digo,
                para esos lastimados hermanos en desgracia.
 Tenía alto el sueño, pasado de maduro. Corrió para sacarse el frío de las patas
 y allí, en el exacto lugar de la intemperie, el auto se le vino como un perro cebado,
            lo empujó para adentro con los dientes de hierro
                     y le mordió la vida como a una carnada.
Manuel se durmió entero ese día de Junio.
 Los autos lo velaron en la esquina con las puertas cerradas
 y el domingo en la cancha nadie comió pasteles.
                    La tarde se hizo un pozo de distancia cansada
 y todos se acordaron de su nombre de pibe
 cuando ya era no era tiempo de prometerle nada.

CONVENCION sobre los DERECHOS del NIÑO- 20 de Noviembre 1989

Manos Unidas

sábado, 16 de octubre de 2010

Osvaldo Milano Arrieta: La Casa del Poeta 30-XI-98





                                                     
                                            
                                                       JUAN ALBAÑIL

   ¿Cómo dibujar la línea del horizonte de manera de alinearla a ras de los dinteles, para que las ventanas miren hacia afuera, más afuera de las calles y los edificios, distante de las marquesinas y las vidrieras?
   ¿Cómo plantar paredes cosidas desde abajo, que puedan crecer como los  árboles hasta el friso del cielo, y desde allí, avanzar a la vez hacia adelante como si fueran espigones de pájaros?
   ¿Cómo plantar un techo que no tenga estatura, que se abra igual que una boca sorprendida y permita que el júbilo se encuentre con el alma?
   ¿Cómo dejar rincones blandos para los cuerpos, mesas tendidas para el pan de la vida, umbrales para el canto de las manos y el verso; cómo dejar abierta la puerta y encender los relojes con el día de adentro?  
   Juan Albañil puso la frente en ascuas, y mirando la sombra de sus sueños que iban caminando a sus espaldas, dijo: Aquí tengo la casa. Cavaré de nuevo los cimientos en medio de mi infancia, haré una biblioteca en donde estaba el patio, y en la mesa tendida de todos los domingos clavaré las maderas para que nazcan teatro. Pondré ventanas largas que miren para afuera y colgaré un espejo de viento en cada estatua. Colocaré una silla para que otro la ocupe , y dejaré lugar para los pájaros. Cuando llegue la primera mañana, abriré las puertas para que entren todos.
   Juan Albañil, a veces, lleva su nombre al cuarto; lo desviste y lo baña, lo acuna entre los brazos para que se desnude de todo su cansancio. Vela su nombre mientras el sueño lo embriaga, lo arropa con palabras y lo deja durmiendo entre las sábanas. Entonces, toma su otro nombre, se calza las palabras que lo llaman  y sale a ser Osvaldo Milano, hasta mañana.

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