lunes, 25 de octubre de 2010

Inventario de Ausencias Para Silvia T.


   Ahora que no estás, el silencio trepa el derrotero de la luz y se mete en todos los rincones para arrancar pelusas; ahora el placard tiene el oeste deshabitado, vacante como un inquilinato en ruinas, con las perchas desnudas reclamando, al menos, la multiplicación de mis camisas, excusas sanforizadas para no sentir que están absolutamente abandonadas.
   Es verdad que el espejo y el botiquín del baño están repartidos entre mi mismidad y mi distancia, algo así como la discrepancia doméstica entre ser y no ser, aunque a veces supongo que un resto de tu imagen -algo así como una ráfaga pendiente de alguna secuencia que no se pasó en limpio- pasa por ellos y se detiene colgada en la hendidura, apenas un instante.
   Las sillas y las mesas apenas son contraseñas. Al menos están solas desde siempre, desde los hijos que no nos visitaron hasta el amigo que quedó en carpeta. No irrumpen, cuerpean la ausencia como convidados de piedra. No llevan tu seña ni tampoco la mía. Son apenas penitentes silenciosos de rastros de cuerpos que se esperan, de manteles inmemoriales como celebraciones.
   Las ventanas son mías y siempre fueron mías. Ninguna otra mirada tuvo el coraje de inventarles un cielo de otro continente, ni morder el intervalo en el ladrido de un perro del vecindario.  
   Las ventanas sólo a mí me han desamparado. Croquis de calendarios irrestrictos, ninguna otra más que yo misma consultó en ellas el oráculo navegante de la melancolía.
   Tampoco el jardín, acomodado en el verde como un papel mojado, te recuerda. No tiene de vos ni siquiera el desorden del trébol, ni una sospecha de jazmines, ni una pisada despavorida arrinconada al helecho que hayas olvidado de llevarte puesta.
    Pero la cama, esa pradera blanda, el algodonoso territorio para arreciar los cuerpos, Ay, ahora que no estás, tiene el oriente con tus señas marcadas. Cada noche, cuando el cansancio me invade para siempre y sumerjo mi cuerpo de gaviota para volar el mar horizontal de la vigilia; cuando ocupo de este a oeste esa franja de sueño que me toca; cuando acostada en medio de la cama intento el equilibrio mágico de la inocencia para agenciarme todo el universo de cobijas, el peso que quedó de tu cuerpo pendiente levanta una frontera en el centro del lecho y me empuja hacia mi sitio, hacia un medio cielo, hacia el occidente de almohada irremediable. 
   Como si siguieras estando ahí, tu invisible presencia me sigue robando la mitad de esa comarca de sueños, en donde siempre estuve sola.

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