martes, 18 de agosto de 2015

Debut y despedida



Yo soy nube. Aquí debo decir que el Director me ha indicado que me deslice suavemente sobre el escenario, que sacuda los tules (con cara de sorpresa) como si el viento me meciera incandescentemente.
“-No sé qué truenos trajeron la tormenta”- debo decir con ese inevitable aire de distanciamiento que tienen las nubes.
En realidad nunca supe qué aires tienen las nubes. Más bien siempre me parecieron totalmente inocentes pero, ¡vaya uno a saber! Por lo pronto mejor no hago comentario alguno, no sea que mi carrera al estrellato termine decapitada por una carga de ironía suplementaria disparada por el Director.
-¿Así está bien?- le pregunto tímidamente.
-¡No!- me responde, tirándose hacia atrás la mata de cabellos que, generalmente, caen al “descuido” sobre su frente. -¡Otra vez tengo que repetirte lo mismo! ¡Con cara de nube dije, con cara de nube!
Así, no tengo más remedio de ensayar la cara de intelectual de izquierda de los setenta, que me salía tan bien… No se me ocurre qué otra cosa puedo hacer para tener cara de nube.
-¡Así está mejor! Me dice el Director, entrecerrando los ojos como quien mira lejos.-¡Ahora, flotá!
Yo le clavo los ojos a la altura de la garganta y estoy a punto de mandarlo al carajo pero me distancio un poco del ejercicio retórico y melodramático de telenovela venezolana que me caracteriza y le pregunto: -¿flotar?
-Y, sí. Caminá como caminan las nubes. ¡Usá tu imaginación! A ver… ¿cómo te parece que caminan las nubes?
A esta altura de los acontecimientos, ya me siento una nube, pero no por lo blanda, liviana y mullida, sino por lo inflada. ¿Este tipo me estará tomando el pelo? Pero no. Parece que no porque en el mismo momento en que pienso en esto hace un cuadrito con ambas manos, dos ángulos rectos entre pulgar e índice apoyados inversamente entre sí, y mira por adentro como quien enfoca con una cámara. Mejor lo intento, me digo: Arrastrar los pies y acompasar con el movimiento de la cadera tal vez sea lo mas parecido a flotar, es decir, caminar sin peso. ¿O debería andar dando saltitos por todo el escenario, sacudiendo los brazos como una mariposa? Y bueno, pruebo.
-¡No!- dice el vozarrón a mis espaldas, justo cuando con paso de ballet intentaba saltar hacia el proscenio. – ¡Parecés una delirante en medio de un happening! Más natural… Algo así como la muchacha sin maldad, sin vanidad que lo único que desea en la vida es la fraternidad entre los hombres.
Lo intentaré de nuevo, me digo. Intentaré canalizar y filtrar las pasiones y caminaré despacio, con el paso entrecortado como el de las novias cuando avanzan hacia el altar, ese paso que va pero que se arrepiente. La cara de los setenta, el paso de novia, pero ¿y las manos? ¿Qué hago con las manos? Ya sé, las revoloteo como si estuviera espantando moscas en la selva africana. A ver si me sale…
-¡No!- escucho la voz que esta vez viene del costado derecho, justo ese con el que doy el peor perfil. -¡Así no vamos a ninguna parte! ¡Tenés que pensar como una nube!
Yo me detengo. Vuelvo atrás sobre mis pasos. Trato de pensar antes de decirle: -¡No puedo! ¿No habrá otro papel mas fácil, qué se yo, algo mas concreto porque ¡una nube! ¿A quién se le ocurre una nube?
-¡A mí se me ocurre- grita desde el bafle de la izquierda. -¡A mí se me ocurre!- vuelve a gritar como si creyera que nadie lo ha oído. -¡Aquí se hace lo que a mí se me ocurre! ¡Yo soy el Director! ¿Sos nube o no sos nube!
Yo lo miro a los ojos. Estoy en duda entre si le contesto o no. ¡Qué se yo! Por ahí la vanidad me agarró por el lado del escenario y me da un poco de pena abandonar este lugar en donde debería estar haciendo el papel de nube para recibir algún día la aprobación del aplauso, porque nube…Nube… por ahí si me hubiese dicho rayo o trueno… Y me animo: -Escúcheme Director ¿a usted no le parecería otro papelito… no sé, relámpago o lluvia sin ir más lejos?…¿Pero nube? ¡Qué papel más intrascendente! ¡Seguro que después viene el viento y chau, debut y despedida! O si le parece mejor, digo yo, tal un granizo o una nevisca… Yo no digo un tornado, pero ¡una nube!
-¡En mi obra hay lugar para una nube. O nube o nada!- me grita como si yo fuera una…¡nube! ¡Claro, por eso el tipo quiere que haga de nube!
¡No soy nada una nube!-le contesto. -¡Usted es un maleducado! ¡A quién se le ocurre interpretar a una nube! ¡A ver, anímese! ¡Déle ya que es el Director! ¡A ver cómo hace de nube!
El tipo respiró hondo. Yo no sabía si era para descargar sus bravuconadas con más fuerza sobre mí… Pero, ¿qué está haciendo este tipo? ¡Flota! ¡El tipo flota! La cara se le puso blanca como enharinada, los contornos se le borronearon de golpe y empezó a hacerse etéreo y algodonoso. Se remontó a cuarenta centímetros del piso y, desde allí arriba, entremezclado con el humo de los cigarrillos y el vapor de la humedad, gritó:
-¡ Con usted es imposible hacer nada! ¡Está despedida!

Yo me quedé mirándolo sin decir ni una palabra. Me había puesto el saco azul que siempre usaba en otoño cuando tenía frío. Ese frío que las nubes llevan por dentro, escondido en el pedacito de lluvia que no siempre da lugar al sol.
Afuera, el mediodía se sacudía en las plazas a la hora exacta en que los árboles no tiene sombra.

lunes, 20 de julio de 2015

Queridos amigos


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Queridos amigos:
                               
                            Hace tiempo que el silencio se acomodó en mi agenda mordiendo otra provincia y dejó  las palabras apiladas en el margen derecho de la página. El tiempo se puso blanco, como si envejeciera, de tanto conjugar el mañana en tercera persona, o el pasado en segunda; y ese exceso de pronombres y verbos potenciales están siempre atravesándose en el camino de mi cuerpo para  nunca establecerse en la región más próxima del ahora, del yo.

   Hubo días, sin embargo, en que el horizonte no quedaba tan cerca. Se iba más allá de los vientos, acostado en la línea meridiana de la brújula. Ahora, sólo resta estirar la mano para tocar un siglo. Es que el tiempo se ha tornado mediático y en cada vuelta de página, calendario por medio, siempre se avecina una imagen, un ademán, un gesto.
   Otro fue el tiempo de pensar Mañana. Ahora, lo inmediato, lo próximo, convierte lo mágico en materia, en cuenta regresiva –regresiva- que nos acerca no ya al final sino al principio.

   Mientras tanto, mis viejas palabras agonizan igual que pájaros heridos en la mitad del hambre, partidas en un manotazo de viento cualquiera. Así, ocasionan la ausencia, con la voz saliéndose y la esperanza en el mapa del cielo que no me pertenece.
   Pero cuando escribo, cuando me prometo un ovillo azul desmadejado sobre la sábana de papel, es mi cuerpo el que se despereza, desovillándose. Rostro de voz, nombre de suburbio ronco con rumores de calles arrabales, versos perros como evangelios bastardos y penúltimos holocaustos de entrecasa.

   Fatalmente, la palabra me destina un lugar en el tiempo. Siempre, para mí, existirá ese dramatismo, esa tensión en el decir; ese barajar la palabra en el mazo y elegir un adverbio.  Mi voz no puede caminar sin vértigo y por eso se aferra a esa especie de patetismo, recorriendo los extremos del hilo tensado sobre el abismo del silencio, con la única certeza de la caída.

   Mi palabra es apenas una diminuta esquirla de piel en el armisticio del día de mañana, la seña de un cuerpo desnudo en el vértigo de la página, una caída horizontal, perdiéndose. Perdiéndose. 

sábado, 4 de abril de 2015

Es la calle.





La calle no sale a buscarme
   ni el puente me seduce
 ni la plaza -múltiplo de la tarde-
             baila ronda en mi oído.
No sale a buscarme la calle.
Hacen días largos
colgados de las espaldas de los otros
que me miran como afiches promiscuos
      cuando se alejan.
Y es la calle
la que no viene a buscarme
                                para que la persiga.


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